“¿Qué puedes hacer para promover la paz mundial?. Ve a casa y ama a tu familia”. Madre Teresa de Calcuta
Solíamos ser mi papá, mi madre y yo (cuando tenía 9 años)… luego llegó un hermoso regalo: mi hermana. Tuve la suerte de ser hermana mayor… Ser hermana mayor es como un curso inicial para ser madre. Fue y sigue siendo la oportunidad más grandiosa que me dió la vida y mis padres para prepararme a recibir mis propios hijos.
Unos años más tarde fuimos solo mi madre, mi hermana y yo. Me sentía comprometida en atenderlas, cuidarlas y darles lo mejor, pero la verdad es que era un gran compromiso y no sabía cuál era la mejor forma para hacerlo. Comprensible cuando se es adolescente y tus propios deseos a veces pesan más que los de tu familia. Pero no desistí y seguí adelante aplicando la teoría del ensayo y error. Y así fui desarrollando mi propia manera de amar y de apreciar a esas mujeres que son la mitad de mi ser.
De esta forma transcurrieron mis primeros 40 años, cuidando a mis mujeres, mirando hacia adentro para transformarme y trascender a través de mi legado, y esperando a ese compañero de vida con el que me atrevería a cumplir mi sueño de ser esposa y madre y formar mi propia familia.
Debo admitir ante ustedes que fue como una montaña rusa del amor, que me permitió descubrir la persona que realmente soy y lo que deseo honestamente para mi. Cuando estuve cerca del final de esa montaña rusa, hubo un suceso que movió mis más profundas fibras humanas. Lo que tanto había pedido a Dios y al universo entero sucedió. Fue celebrar el logro de un sueño y estrellarme contra un muro de contención al mismo tiempo. Fue derribar creencias y romper paradigmas. Sobre todo fue aprendizaje. Hasta ese momento yo había sido un ser humano tratando de dar lo mejor al mundo. Este episodio, con sus decisiones y consecuencias, me convirtieron en la mujer que siempre había querido ser, me hizo ver con claridad lo que merecía y quería, y fue el ingrediente principal para la redefinición de mi propósito. A los 40 años entendí que algunos “amores” llegan a tu vida para permitirte descubrir cosas nuevas sobre ti, sobre el maravillosos ser humano que eres. Es así como, cuando ya casi perdí las esperanzas (es lo que dice la sociedad en la que vivimos: a los 40 años y sin hijos, ya quedaste para vestir santos), decidí levantar mi propio inventario del amor y revisar lo bueno y lo malo de las relaciones que tuve, ¿qué aprendí de ellas?, perdonar y perdonarme, agradecer y dejar ir todo. Les confieso que lo primero que sentí fue un gran alivio pues me liberé de los autocuestionamientos y dejé de buscar en mí los errores o lo que estaba malo. Vacié mi maleta y salí a la calle tranquila, llena de paz y agradecimiento, y con una enorme sonrisa dibujada en mi rostro.
Esa es la clave. Hasta que no descubrimos realmente quienes somos, de cuántas cosas somos capaces, cuales son nuestras pasiones y nuestros deseos más íntimos, qué es eso que realmente merecemos y queremos para nuestras propias vidas, y definamos nuestro propósito como seres humanos, ese compañero que te complementará y te permitirá ser más poderosa de lo que ya eres, no podrá llegar pues aún no estás preparada.
“Siempre existe en el mundo una persona que espera a otra, ya sea en medio del desierto o en medio de una gran ciudad. Y cuando esas personas se cruzan y sus ojos se encuentran, todo el pasado y todo el futuro pierden completamente su importancia y solo existe aquel momento”. Paulo Coelho
A los 41 años estuve preparada para dar lo mejor de mi a mis mujeres, a mis amigos (que pasaron a ser parte de mi familia también) y a mi misma. Y mientras con conciencia recorría el camino que iba construyendo para mi y los míos, apareció él… si, mi compañero de vida. Llegó para llenarlo todo de energía e inspiración. Para impulsar y desafiar. Para sacar la mejor parte de mi y poderla ofrecer a mis mujeres, al resto de mi familia, a mis amigos y a ustedes a través de la tecnología.
Y es así como la historia continua con 4 años de relación y finalmente (luego de varios intentos) haber logrado el sueño de ser madre. Ahora soy esposa, madre, madrastra, compañera, novia, amante y ama de casa. Además he aprendido a ser mejor hija, hermana y sobrina.
Una vez mi papá me dijo que cuando tienes tus propios hijos ellos pasan a ser tu verdadera familia, y el resto de las personas comienzan a ser tus parientes. Es un excelente concepto y entiendo su punto de vista, pero para mí la “familia” va más allá, son esas personas con las cuales el tiempo se esfuma, la verdad se hace transparente, el amor fluye naturalmente, la mente y el cuerpo se sienten en confortable paz y el corazón encuentra la calidez del abrazo, de la palabra correcta, de la palmada en la espalda y la sonrisa perfecta. Y esto incluye tu descendencia, tus parientes, amigos y todos aquellos que han aportado positivamente a tu historia de vida.
Y tú ¿En qué fase de la historia de “Familia” estás?